Opinión

Hacer los duelos 

Por: Eduardo Vargas M.

Uno de los aprendizajes más importantes en la vida es el desapego: poder soltar a quien estuvo y ya no está, aquello que fue y ya no es.  Solo así podemos asumir la vida tal como es.

Aceptar la temporalidad de la vida -así como la incertidumbre- es una tarea más o menos difícil, dependiendo de cuál sea la estructura del carácter que hayamos desarrollado. Lo cierto es que el tiempo es una variable que nos afecta a todo y a todos:  los plazos se cumplen, aunque nos empeñemos en alargar lo impostergable. Hay algunos cuya finalización conocemos de antemano, como en un contrato a término definido, las fases de un proyecto o la fecha de vencimiento de algún producto o servicio. Cuando tenemos consciencia de que una etapa de nuestra vida va a terminar puede ser más fácil crear nuevos escenarios para remplazar el que ya no está.  Pero, cuando el final es intempestivo, y no tenemos tiempo para visualizar la finalización de una relación o una situación que nos resultan gratas, el dolor es más complicado de tramitar.

No hay manera de comparar los dolores que sentimos los seres humanos; hacerlo sería irrespetuoso con la experiencia personal que atraviesa cada quien. Sin embargo, dado que el dolor es una emoción, como la alegría o la rabia, también es temporal.  Sí, tenemos derecho a que el dolor no sea un habitante permanente en nuestras vidas, a recocerlo como un pasajero que puede bajarse en la siguiente estación, que eventualmente nos encontremos más adelante, pero que también en ese entonces terminará bajándose.  Entonces, necesitamos entrenarnos en soltar el pasado: los seres queridos que ya no están, porque cruzaron ya el umbral de la muerte o porque las distancias emocionales o físicas nos han separado; las parejas que tuvimos y que podemos seguir conservando en el corazón con total gratitud; los trabajos y proyectos que ya no tenemos; las mascotas que murieron; las experiencias que ya han dado paso a otras…

Apego y ego riman. Sí, son nuestras construcciones egoicas -con sus ideas locas y pasiones inherentes- las que nos llevan a vivir anclados en el pasado, con el dolor de la ausencia y el anhelo imposible de lo que ya no habrá de ser, en una mezcla con la rabia de la impotencia y el miedo a un futuro incierto. Los apegos son torturas que nos ciegan ante las nuevas oportunidades la vida nos trae cada día.  Podemos hacer los duelos, las paces con el pasado, agradecer por lo que fue -y por lo que no-, dejarlo ir e identificar qué podemos aprender. No es fácil y sí posible, siempre con la ayuda divina.

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