Arte y cultura Opinión

La leyenda: Bob Marley


Por: Gonzalo Restrepo Sánchez

El cineasta Reinaldo Marcus Green, que venía de hacer otra biopic como “Rey Richard: Una familia ganadora” es además, uno de los cuatro guionistas de una película que apela a los recursos de siempre en este tipo de cine: carteles, material de archivo, y uno más reiterado; las letras de las canciones para “referir” y apoyar la historia, en una narración tan minuciosa como previsible.

De todas formas, hay que reconocer que el espectador podrá reconocer y escuchar todas aquellas canciones que fueron su éxito y marcaron un referente. En este sentido dos cosas: el film camina entre la preparación del álbum “Exodus”, que sirve como eje central para el avance argumental, y flashbacks que aproximan al espectador a esa ausencia paterna que sufrió Marley, y a sus comienzos en la música.

Y segundo: el filme es un ejercicio en el que la ficción ilumina los entresijos de una realidad o un juego de espejos que favorece el diálogo entre unos personajes aferrados a la música. Además, líder de Los Rastafari —personas más allá de solo una forma de vestir o lucir, por sus características rastas—. A veces, se les considera erradamente como una religión. En sí estos se consideran a sí mismos parte de una corriente político-religioso con un tinte de entereza anticolonial y antiracial.

En medio de la crisis política que sufrió Jamaica a finales de los años setenta, la historia Marley resulta un tanto esquiva, si bien, la música la salva de un desastre total. Siento que a la película le faltó alma (la fotografía del gran Robert Elswit). Detalles como la relación del músico con la modelo Cindy Breakspeare, su legión de proles ilegítimas, y los asuntos religiosos, están bien difuminados o claramente omitidos para no lesionar su aliento de profeta y mártir.

De todas formas, el inventor, el profeta del reggae fue Toots Hibbert, y fue el mejor embajador internacional de la música jamaicana en un momento, justo antes de que Bob Marley hiciera del reggae un himno, en el que ska, rocksteady y soul estaban ahí.

Entonces, Hibbert fue el primero en darle al género antillano “Do the reggay”, canción grabada en 1968 que bautizó lo que acabaría siendo uno de los fenómenos culturales del siglo XX. «La música estaba ahí pero nadie sabía cómo llamarla. Y en jerga jamaicana, si no nos veíamos bien, si nos veíamos andrajosos, lo llamábamos ‘streggae’. De ahí es de donde lo tomé», recordaba Hibbert en una entrevista con la BBC.

La película que se concentra en el período 1976-1978, intercala (insisto) unos flashbacks sobre la infancia y adolescencia. Además, se reconocen las cercanías al cliché de cada escena, desde los altercados en las oficinas de las casas discográficas hasta los apesadumbrados estallidos domésticos. Para concluir: ¿qué puede haber momentos de gran cine en una película irregular? Pues sí. Para lograrlo, un tal momento no basta con que, cuidadosamente —en algún plano o escena— todo encaje por el encuadre, la iluminación, los aspavientos de los actores. También, es necesario que esos momentos queden enaltecidos por su entorno (dramático) o por la narración en que se integra.

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