Cuento

Mi tía Mona 

“El Cuento de Pedro”

Por: Pedro Norberto Castro Araujo

Cariñosamente así le llamaba mi padre Pepe Castro, a su hermana menor Alba Castro Castro. Quien junto con Checho, su otro hermano, se embellecían de felicidad cuando la veían entrar sonreída por los portales de la casa Castro Monsalvo de la Plaza Mayor. Encuentros inolvidables para mí que hoy celosamente guardo en mi ser y permanecen intactos en mi retina, en sus miradas se retrataba el verdadero afecto de amor y hermandad. Ella lo sabía por ello les retornaba el cariño con una sonrisa acompañada de un beso y un fraternal abrazo.

Era indiscutible en  aquellos encuentros hacer remembranzas del ayer y remontarse a tiempos idos pero repletos de felicidad, hablar de su niñez engrandecía el discurso, cuando en compañía de sus padres Guillermo y Josefina Castro de Castro subían a lomo de mula a temperar en Manaure donde por décadas ha permanecido intacta su casa, ubicada en una de las esquinas dentro del entorno de la plaza y frente a la escultura del Libertador. 

En la señorial casona  de los Castro pasaban largas temporadas toda la familia  sobre todo en la época de recolección del café, cosecha  proveniente de sus fincas Las Margaritas y el Recreo donde se cultivaba un fino y aromático café arábico. 

En el trayecto entre Valledupar y Manaure los acompañantes de la travesía,  expertos jinetes caminaban solos dominando con destreza a su animal, era visible la recua de mulas cargadas de comestibles, costales y herramientas de trabajo; mi tía  de ojos brillantes,  piel clara y cabellos rubios ensortijados  dulcemente cabalgaba sentada en la parte delantera de la montura del caballo azabache  que solía montar elegantemente mi abuelo,quien en el trayecto, la mimaba complaciéndola en sus antojos, complaciendo a la sedienta jinete al apaciguar la sed producida por el inclemente sol dándole de beber agua fresca tomada de una cantimplora que guardaba celosamente en sus alforjas.

Era obligado el paso por La Paz; en casa de Carlos Belisario Araujo Trespalacios, primo de mi familia donde reposaban del calor y la fatiga, recibían ingestas de pan con queso y bocadillo acompañado de  agua de panela.

Al despedirse  de la familia Araujo Moròn, subían cuesta arriba pasando por el chorro por el camino viejo a San José, río Mocho en un extremo y por el otro bordeando el riecito a la altura del Morito en la desembocadura del río Manaure, contemplando a lo lejos los cerros de las Cuevas de los Siete Caballeros en cercanías a La Tomita, luego su paso por Casa Blanca, Veracruz en la Rectica y Santa Helena hasta llegar al altiplano manaurero, donde finalmente reposarían las bestias las cuales eran descargadas por la servidumbre mientras los menores se acomodaban en sus aposentos. 

Los niños aparte de ayudar en los quehaceres de la finca y el hogar eran matriculados en la escuela pública a cargo del maestro Guillermo Araque, de quien recibían una educación integral no solo en lo educativo sino en lo religioso, ético y moral.

A muy temprana edad se dejó seducir del apuesto joven Carlos Dangond Daza, ingeniero agrónomo educado en la universidad de Minas de Gerais en el Brasil, quien con maravilloso talento de emprendedor sacó adelante una admirable familia y en poco tiempo logró amasar una importante fortuna.

Siempre que converso con mi tía Alba, trae a relucir lo afortunada  y generosa que ha sido la vida con ella, le regaló siete hijos y un esposo estupendo, quien con poesías y canciones enamoró y conquistó su corazón.

 “Lo blanco es la armonía  y la rosa el candor.

Conserva la blancura de tus ternesas y harás feliz a quienes te rodean.

En el Alba de tu vida se siente el aroma de tus virtudes quien pudiera alcanzar esa flor para elevarla en el altar del ideal.”

A Carlos Dangond, a temprana edad la vida le paso un sinsabor, no logró degustar la miel de los frutos plantados, se fue muy joven a los brazos del Señor. A sus 51 años en 1976 se alejó tristemente de su hogar el cual salió adelante  gracias al tesón de una guerrera y batalladora mujer: Alba Castro de Dangond.

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