Cuento

Linda historia de amor 

“El Cuento de Pedro”

Por:Pedro Norberto Castro Araújo

Ella fuerte y férrea, hija de un distinguido español, quien llegó a las tierras del Cacique Upar en la época de la Colonia por órdenes del rey Fernando VII. En su adultez contrae nupcias con un hombre de nobles apellidos e importante abolengo quien igual que su suegro vino al Valle de Upar, trasladado de Santa Marta por órdenes del Virreinato.

Él por su rango, categoría, jerarquía, posición social e investidura como gobernador, era el soltero más apetecido del lugar, en su promiscuidad gozaba de múltiples amoríos en el desborde de su liberada soltería y el disfrute de las mieles del  poder. 

A pesar de todo a aquel caballero solo le deslumbraba una señorita de mucho abolengo, era inteligente, interesante y bella; pertenecía a la nobleza provincial pero por su corta edad no le prestaba atención; sin embargo, con el pasar de el tiempo y dado los múltiples detalles del empedernido galán que la cortejaba, accedió a aceptarle por primera vez  visita oficial en su residencia previo permiso de su padre.

Con la anuencia de Dios y de sus padres, a los meses de noviazgo, José Manuel y María Concepción contrajeron matrimonio. Bendición aceptada y festejada por toda la clase social de la región. 

La pareja mantenía  una relación dulce y cordial, era un matrimonio digno de envidiar e imitar, la felicidad orientó la alegría, con el tiempo, la procreación llegó con la traída al mundo de  siete herederos (José Manuel, José Maria, José Antonio, Pedro N, Pedro José, Rosalía y María Concepción) niños nacidos en cuna de oro, criados con finas y sanas costumbres obedeciendo las reglas de su arraigado abolengo.

José María, el más cercano a su padre, se casa con una dama distinguida de la sociedad criolla, Josefa Araujo. Pedro el menor de sus hijos era inquieto, desobediente, travieso y a quien le festejaban sus pilatunas infantiles; era el más llevadero con la servidumbre, le importaba poco codearse con el uno y con el otro, en la plaza mayor disfrutaba de los  juegos infantiles con todo los lugareños. Al crecer gozó de ese mismo carisma popular que lo identificó desde el mismo momento de su nacimiento. Era enamorado, le brillaban los ojos cuando veía mujer bonita. Cleopatra no fue la excepción, hija de esclavos al servicio de la casa, de piel morena, cuerpo radiante y de cabellos ensortijados, era la persona más cercana a su mamá en la intimidad  del dormitorio para ayudarle a ajustar su vestimenta y de materializar  las órdenes domésticas impartidas por su patrona. 

Pedro, astuto y de buena cría acostumbraba a acomodarse en la cabecera de la cama del aposento principal para observar a Cleopatra cuando agachada ajustaba las zapatillas de su ama, solo con la intención de observar con picardía los pezones de la linda morena, de su parte ella no hacía nada para disimular el encuentro de sus miradas, situación que no le incomodaba.

Eran adolescentes y las hormonas hervían, había química entre los dos, se gustaban tanto que en un descuido  la relación entre ambos fue puesta en marcha terminando con un feroz encuentro de placer y amor donde ella en los brazos de Morfeo entregó su pureza y virginidad. El noble joven atraído por el amor y ante la inocultable realidad enfrentó la situación y con carácter férreo manifestó que quería engendrar su prole con la mujer que amaba.

Su padre, el noble más importante de la comarca, lo reprendió con dureza y tesón, recriminándolo por sus caprichos amorosos, situación que incomodó al joven noble, quien dolido decide irse de la casa, dejando una nota de despedida a su progenitor: “Si con mi amor he lastimado su abolengo y pisoteado nuestro apellido, por el amor y el respeto que le tengo, para no continuar mancillando su nobleza y ofendiendo con mi actuar a la familia, desde hoy simplificaré mi apellido, dejaré a un lado el Fernández De Castro y me llamaré a partir de este momento Pedro Norberto Castro Araújo”.

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