Cuento

El Perro

Autor: Yuri Posada

Alguien se levanto de mi cama.  Sentí el crujir de las tablas.  Necesito mi dinero, dice. Despierto, no logro identificar la voz, trato de recordar donde estoy quien soy.

  • Anoche me pediste que te despertara a las siete en punto, ahora necesito mi dinero, insistió.
  • ¿Cuánto es?, alcance a decir con la voz rota.
  • Son cien mil pesos.

Mi cita con Paula era a las ocho.  Era domingo y habíamos quedado en que la acompañaría a la finca veterinaria para comprar un perro. “ No es un perro cualquiera es nuestro bebe mi amor, ¿no estas emocionado?, es como nuestro primer hijo”, me dijo feliz.

Paula había deseado el perro durante meses, no hacia sino hablar de él; “tenía que ser pequeño y dócil, también cariñoso para consentirlo y comérselo a besos”.  Mi única condición era que el perro se iría a vivir con ella, por lo demás se podía comprar un caballo.

Todo el viaje camino a la finca permanecí callado, tenia la garganta seca.  Todavía sentía el olor a puta en mi cuerpo, en mi lengua; no había sido capaz de besar a Paula, temía, no se si con razón, que ella alcanzara a percibir alguna huella de la riña sexual que había tenido la noche anterior.  Amanecí estropeado, al principio pensé que mi malestar obedecía a los rigores propios de una noche de tragos y bandidas, pero mientras conducía camino a la finca apareció el dolor punzante que me había acompañado toda la semana justo en el bajo vientre.

Era un labrador café de dos meses debidamente vacunado y con los papeles en regla.  La veterinaria le entregó el perro a Paula: su madre.  Coffe, se llamara Coffe, dijo sosteniéndolo con las dos manos mientras escudriñaba cada rincón del animal asegurándose de que no sufriera alguna malformación.  Caminó hacia mí cargando al perro bajo su pecho, lo miró detenidamente a los ojos y le dijo casi llorando.

  • Coffe, el es tu padre, Diego.

Yo sudaba a chorros por todo el cuerpo, sentía la garganta seca y tenía la pupila dilatada, según la veterinaria.

  • ¿Se siente bien señor?, tiene la pupila dilatada, se ve pálido.
  • es la emoción se apresuró Paula, Coffe es como nuestro hijo, si hubiera sabido que te ibas a emocionar tanto lo habríamos comprado mucho antes, ¿no crees?
  • ¿Se siente bien?, insistió la Doctora, aquí podemos revisarlo.
  • No, no, no estoy bien; seguramente es la altura estas tierras son mas altas que la ciudad debe ser eso
  • si claro suele pasar con los de la ciudad, aceptó la Doctora.

Me aleje unos instantes mientras Paula firmaba los papeles de entrega del animal.  Encontré un potrero solitario forrado por una gruesa capa de arbustos.  Arriba, en el cielo árido, un par de gallinazos sobrevolaban, esperaban.  Intenté orinar, la cosa no se veía bien, los cólicos en el vientre me estaban matando, y al caminar adopte una especie de joroba que inclinó mi cabeza hacia delante.  Vidrios en mi pene.

Después del parto regresé y encontré a Paula y al perro en el carro.

  • Conduce tu mi amor estoy lesionado, el tobillo ya sabes… el futbol.
  • ¿Dónde estabas?, llevamos media hora esperándote.
  • La vista, no te imaginas la vista tan maravillosa que se despliega en la sabana.

Camino a la ciudad el panorama no podía ser mas contradictorio; mientras Paula demostraba toda su alegría con unas insistentes invitaciones a hacer el amor; yo moría lentamente ensopado en un sudor viejo e incontrolable.  El desastre se presentía.

El ultimo sol del día apareció aumentando la temperatura dentro del vehiculo.  El viaje se hacia interminable y mis condiciones físicas empeoraban.  Abrí la ventana del carro, penetró una ráfaga de viento polar que apenas logro refrescarme, saque la cabeza buscando más aire, miré el cielo y los gallinazos seguían allí planeando sobre nuestro flanco.  Me siguen, saben de mi herida no puedo llegar muy lejos así.

El vidrio se cerró, Paula, que conducía, se quejó del frío y decidió cerrarlo “no le está bien a Coffe tanto frío”, me dijo con una voz lejana, de recién parida.

La verdad es que no aguantaba un segundo más a esa levantada con ínfulas de aristócrata.  Desde que estábamos juntos controlaba todos y cada uno de mis movimientos; ahora mi ropa obedecía a su gusto; vivía en un apartamento que exprimía todo mi sueldo solo por complacerla a ella; hasta la entupida dieta de la piña con atún estaba haciendo porque se le metió en la cabeza que estaba gordo.  La amaba, a mi manera, pero el sentimiento estaba; de alguna forma el sexo promiscuo me mantenía a su lado.  Pero ya no era el mismo; esa tarde camino a la ciudad, sudando una fiebre nuclear y, con el alma herida, tuve lo que los alcohólicos llamas un momento de lucidez.  En ese estado de muerte súbita, la odie.

Mientras tanto, el can, sobre mis piernas, olfateaba insistentemente mi pene, lo retire a un costado.  No seas maleducado Coffe- ordenó la madre con una sonrisa cómplice.

A punto de sucumbir ante un terrible cólico revelador el can insistió sobre mi tragedia, miré a la madre impávida frente al volante, ciento veinte marcaba la aguja de velocidad, bajé el vidrio con la mano derecha; con la otra mano levante al perro por el lomo, el pellejo terso se estiró como caucho virgen, después, ante la mirada atónita de la madre, lo arroje por la ventana.  Ahora los gallinazos podrán comer.

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