Opinión

La garrapata

“El Cuento de Pedro”

Por: Pedro Norberto Castro 

José Francisco, era el boticario del pequeño poblado ubicado en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta; durante años ejerció su profesión como médico empírico y con plantas y vegetales curaba acertadamente, picaduras de alacrán, culebra, malestares de todo tipo, realizaba labores de parto, atendía dolores de muela y hasta sacaba maleficios. 

Era tan alta su aceptación y reconocimiento que hasta las personas más importantes y adineradas de la comarca acudían con mucha fe a su consulta; en  él encontraban mucha sapiencia y experiencia en acertar sobre las enfermedades que atacaban en ese entonces a la población; tales  como la fiebre amarilla, el paludismo, el sarampión las paperas y la malaria. 

El médico  consiguió tanta fama que con el paso del tiempo abrió una pequeña farmacia en uno de los locales de su vivienda; donde vendía la recetas que el mismo formulaba y en donde además realizaba servicios de inyectólogia.

Juan Diego Muñoz era un hombre adinerado dueños de grandes haciendas y de millares de bovinos; un buen día decidió visitar al doctor José Francisco para hacerse auscultar clínicamente.

El hacendado acudió con ferviente fe donde el médico del pueblo después de haber visitado desanimadamente especialistas en las diferentes ciudades del país como Bogotá, Barranquilla, Cartagena y Bucaramanga además; de los esfuerzos que había hecho para desplazarse hasta Houston, Texas; en los Estados Unidos de Norte América.

Por su parte los medicos coincidían en que el señor Muñoz, no tenía absolutamente nada.  

Sin embargo, Juan Diego no dejaba de preocuparse porque a menudo se sentía resfriado y con dolor en los oídos que le provocaban serios mareos y mucho vértigo.

En la visita médica que Juan Diego realizó a José Francisco  este lo recibió con mucha cordialidad y amabilidad y al examinarlo se percató inmediatamente de la molestia que aquejaba a su paciente; recomendándole para tal efecto unas gotas sanadoras que mes a mes y durante largos años vendía a su paciente, quien se veía obligado a pasar por el consultorio del doctor José Francisco en busca de el acertado remedio recomendado por el eminente científico.

El medico,  dada la cantidad de aciertos fue ganando mucha fama pero a la vez con sus ahorros fue acumulando una pequeña fortuna que fue invertida en fincas y ganados; lo que le permitió sacar adelante una bonita familia; envidiada por todos los sectores de la sociedad.

Alejandro, el hijo mayor del médico José Francisco, dada las virtudes y el buen ejemplo de su padre, decide imitarlo y se va a estudiar medicina en la Universidad Javeriana en la capital del país. 

Durante largos años se dedicó a estudiar sin posibilidad de retornar hasta el día que  se gradúo como médico; y es allí donde decide volver a su ciudad natal y le monta la competencia a su envejecido padre.

La noticia del nuevo médico especialista en medicina interna se regó como pólvora por toda la región y Juan Diego, el rico hacendado decide visitarlo para encontrar una solución definitiva a sus quebrantos de salud;  muy a pesar de que las gotas recetadas por José Francisco eran milagrosas, ya lo tenían aburrido las visitas que realizaba a su médico mes a mes.

De su parte, Alejandro al examinar al reconocido terrateniente, de una le encuentra la cura definitiva a los quebrantos de su cliente.

Cuando Juan Diego se ausenta; Alejandro se desplaza hacia el consultorio de su padre y le dice:

Papá, usted durante largos la años auscultó al  señor Muñoz,  sin encontrarle la receta definitiva para su enfermedad ?

José Francisco le reconoce a su hijo que efectivamente él no lo había curado definitivamente puesto que solamente le aplicaba un tratamiento para aquejar el dolor y evitar el mareo.

Alejandro de su parte saca del bolsillo de su bata un elemento envuelto en un pañuelo; el cual fue encontrado en el oído izquierdo del señor Juan Diego, y le dice:

Papá, el señor Muñoz lo que tenía depositado en su oído era esta garrapata, a lo que su padre le responde: ¡Pendejo! acabaste con la minita de oro… Con esa garrapata fue que te eduqué en Bogotá.

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