Opinión

Obedecer por temor

Por: Patricia Berdejo

Mucho de lo que debió ser un derecho natural inherente al ser humano, nos llegó tarde. Callar por temor, o por las consecuencias que confronta la verdad como recurso único y válido, nos hace protagonistas en algunos episodios de nuestra vida de una conducta contranatural y lesiva para el manejo adecuado de las emociones.

A cada estímulo por naturaleza, debe corresponder una respuesta y a cada acción una reacción, pero nos formaron con los paradigmas equívocos de callar cuando se nos vulnera, por la imposición de aquellas normas inquebrantables del acatamiento y de la reverencia infundada hacia la figura de los padres o de cualquier otro actor que interviniera en algún episodio de nuestra existencia. 

Crecimos confundiendo la virtud del respeto con la premisa equívoca de que el silencio es más elocuente que la libertad de expresarnos y permitir que, nuestros conceptos y  decisiones prevalezcan.

El temor, como herramienta ineficaz para adoptar comportamientos reverentes, ha sido impuesto como patrón de conducta que erróneamente nos acoge bajo la fuerza de la intimidación y en detrimento del razonamiento lógico y de la intuición como elementos formadores de la personalidad.

Es visible que, a lo largo de nuestra vida, proceder con las pautas de la obediencia ha mostrado indefectiblemente el fracaso. Lo vemos en la toma errada de decisiones que, en vez de trascender y denotar aciertos, nos conllevan a la derrota evidente. No implica un llamado al desacato, simplemente, la voz de alerta para implantar  unas estructuras de pensamiento coherentes, robustas y menos endebles que nos permitan de alguna manera evolucionar favorablemente en búsqueda de una existencia más armónica que se adapte a los retos y  desafíos que nos presenta una sociedad cada vez más turbulenta.

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