Opinión

Sin palabras

Por: Diana Sofía Giraldo

En los últimos tiempos me ha ido invadiendo un temor casi reverencial a las palabras. He descubierto que una vez pronunciadas o escritas toman vida propia y hasta adoptan un   caprichoso significado, según las rutas que tomen hacia el destinatario.

Ahora que aprendo, poco a poco, a observarme, descubrí que cuando escribo pareciera haber una conexión directa entre la pluma y el inconsciente.

La velocidad de lo plasmado me sorprende con frecuencia y me leo como si se tratara de otra persona. Las palabras me preceden y hasta me sorprenden. Con frecuencia dicen mucho más de lo que planeaba decir o revelan, en lecturas posteriores, matices que descubren una consciencia más profunda y sabia, que emerge vigilante para equilibrar la torpeza del lenguaje llano.

Ellas mismas imponen, muchas veces, la verdad que la forma aprisiona. Liberan la libertad, dejando espacios abiertos al infinito, como si la última palabra aún no fuera pronunciada y quedara siempre en los labios del alma de quien la recibe.

¿Cómo pueden las palabras descifrar las claves de las cerraduras del espíritu? ¿Cómo pueden transformarse ellas mismas en candados que aprisionan?

 Son guardianas de límites imaginarios que fortificamos leyendo y buscando personas afines que nos repitan las palabras conocidas. ¡Bendito y maldito Poder de las palabras! Se elevan al infinito en plegarias que rozan la eternidad, que hablan con Dios, y descienden al infierno de los sentidos con dones de alquimistas. Se me viene a la memoria una frase de una canción de Joaquín Sabina: “mienten como mienten todos los boleros…” y sin embargo sienten, como si en nuestro afán de usarlas ellas se hubieran apropiado de nuestros sentidos. Trasladan deliciosos aromas de jardines inexistentes, reviven corazones necrosados, provocan lágrimas en sequía, escriben hermosos poemas con letras hechas de silencios, evocan con naturalidad la vida o la muerte, invocan, por igual, la verdad y la mentira, lo banal y lo profundo. Algunas tienen, ellas mismas, sabor a eternidad. Otras, en cambio, caminan descalzas por los recovecos de las almas haciendo sentir como propias las historias terrenales de otros, contenidas en libros que permiten escapar de lo real, aunque las palabras pregunten: y, “¿qué es lo real?”.

Hay palabras que suplican no ser pronunciadas para conservar su poder mágico, palabras que se escuchan a sí mismas temblorosas porque saben que en su tránsito quedarán desnudas de significado y otras que ya no pueden ser recogidas, aunque se hayan escapado solas de la cárcel del sin sentido.

Son tantas las mentiras que llevan hoy las palabras pronunciadas en la vida pública y en la privada que prefiero el silencio de las palabras no pronunciadas en el corazón. Palabras inexistentes pero que ya saben a ausencia. Sin palabras.

Tomado de: El Nuevo Siglo 

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