Opinión

Fonseca, la tierra de  Luis Enrique Martínez

“El Cuento de Pepe”

Por: Pedro Norberto Castro Araujo 

“Del Hatico pa’ Fonseca, de Fonseca pal’ Hatico; se la pasa Bienvenido buscando el amor de Berta” 

Aunque no nací alli, tengo grandes recuerdos de esa linda zona del Caribe, Fonseca es un paraíso sumergido  en un oasis ubicado en el sur de  La Guajira e incrustado al lado de la riberas del río Ranchería, rodeado de miles de árboles de Campano, Ceibas, Caracolies, Higuitos y de Maíz Tostao que brindan al entorno agradable frescura. Se permiten sus pobladores en sus fértiles valles adelantar cultivos de arroz y palma de aceite, impactando positivamente en la economía  de la región.

En Fonseca logré conquistar muchas amistades, el mayor de ellos es el doctor Gregorio Marulanda, un milenario hombre que hoy entró en su 103 años de vida; la misma amistad con Manuel Escalante; relación  heredada de mi padre “Pepe Castro” ; el más chico de mis amigos y  aún menor que yo es el doctor Jacobo Solano Parodi. Muchas amistades presentadas  por Jacobo y “El Chacho Brito” como  “El Mono Emilio”, Ureña, Jailor Molina, Janer Martínez, José Ramón Molina, Osiris y Hamilton Garcia, Juan Manuel y Jhonatan Díaz, Esther Vega, Misael Velásquez, Chema Moscote, Micher Pérez, y Andrés Rincones.

De Fonseca traigo gratos recuerdos que llenan mi  mente de regocijo, así como Bienvenido quien buscó el amor de Berta, en mis épocas de juventud allí  me entusiasmé, dejando amores en ese bello lugar; he gozado de recuerdos que hoy permanecen  incrustados en mi corazón obligándome a ser retributivo allí. Cuando aspiré a la Cámara de Representantes por la circunscripción especial de paz fui acogido espontáneamente por muchas comunidades que marcaron en mi un grato sentimiento; habitantes de corregimientos ubicados geopolíticamente dentro de la zona rural del municipio de Fonseca; bastó ser hijo de Pepe Castro, quien en alguna ocasión fue exaltado como hijo adoptivo de Fonseca, para que muchos ciudadanos se sumaran a mi proyecto político.

En alguna ocasión  camino hacia la comunidad indígena de Mayamangloma en compañía de Ruth Solano, Ester Vega, Abelino Solano y Alexandra Fonseca, pasé por el Hatico, allí entusiasmado detuve mi marcha para aceptar la invitación de un centenar de mujeres vestidas de amarillo y dirigidas por la líder natural de esa población Gala Martínez Acosta, esposa de mi compadre Arturo Palmezano; allí en un par de horas me recorrieron por todo el poblado, presentándome a cada uno de sus habitantes, me hablaron de la importancia del mismo; donde  hace 100 años, nació un 24 de febrero de 1923, Luis Enrique Martinez Argote, hijo del acordeonero Santander Martínez y Natividad Argote y quien  desde muy joven, gracias a la bonanza del banano fue llevado a vivir en Fundación, allá  se dedicó a las labores agropecuarias las cuales alternó con la ejecución del acordeón, con su flamante voz amenizaba fiestas y parrandas, a sus 15 años ya era afinado, lo que le permitió adquirir el remoquete del pollo vallenato.

Luis Enrique, se caracterizaba con su golpe en la ejecución del bajo, su pique rápido entusiasmaba a sus seguidores, ganando fama cada día más, considerado  el grande entre los grandes  “el papá de los acordeoneros”, ejecutaba alegres y armónicas notas, hoy su legado está vivo en las presentes generaciones, autor de cantos que hoy perduran en la mente de millares de seguidores como: “Jardín de Fundación”, “El Pollo Vallenato”, “La Tijera”,  “La Cumbia Cienaguera” y más de 100 canciones de su autoría.

El 30 de abril de 1973, fue elegido sexto rey del Festival de la Leyenda Vallenata, dueño de un estilo inconfundible para ejecutar aires vallenatos, confesó en muchas ocasiones haber asimilado el arte de ejecutar el acordeón, de grandes maestros como el de Francisco “Pacho Rada” de quien le aprendió sus sones, mientras que el paseo lo asimiló de los juglares Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta y “Chico”Bolaños.

Luis Enrique, dejó un gran legado reto para las nuevas generaciones de acordeoneros,  murió en Santa Marta, el 25 de marzo de 1995, sus restos reposan en Fonseca.

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