Crónicas Opinión

En San Juan del Cesar, Centro social Casa del Abuelo “42 años”

Por: Hermes Francisco Daza

Los ancianos son los abuelos del mundo. Son como niños arrugados y en sus ojos hay nubes y estrellas apagadas…

Cuando se dejan solos se extravían, por eso hay que indicarles el camino, tomarlos de la mano y dejarlos en brazos de sus parientes.

Ellos merecen la ternura de todos, un día fueron jóvenes y trabajaron y abrieron el camino a las generaciones.

Pensemos en que un día seremos viejos como ellos y tendrán que ayudarnos los niños del futuro. Los que ahora somos fuertes, mañana perderemos el vigor y el brillo de los ojos.

Cuánto mérito hemos dejado de ganar ante DIOS, y nosotros mismos, al negarle nuestras palabras, nuestra presencia. Es esta una de las tantas conclusiones que nos conmueven el alma al palpar el cuadro dramático de miles, tal vez millones de viejos olvidados por la sociedad a la cual le sirvieron y le gastaron gran parte de sus fuerzas vitales. Hoy se encuentran olvidados.

Lo que más le interesa al anciano es que le hablen y le visiten, les gusta sentir el calor humano y ante todo sentirse útil. Es por eso que se les debe proteger y estimulársele en la ejecución de pequeñas tareas “hogareñas”. Son felices cuando reciben el pequeño pago de su trabajo, el cariño, las mil formas del amor humano es lo más importante para ellos.

Fue así como sucedió el caso de un asilado en el Centro Social Casa del Abuelo “Hugues José Lacouture Daza” en San Juan del Cesar, sur de La Guajira, al que llevaron de regreso a casa de parientes, le acomodaron y le brindaron manjares. El viejo se regresó pronto a la calle, al asilo. Flaco, triste, y en la primera ocasión que tuvo, les dijo a sus parientes en visita “En tu casa manjares, pero no cariño, nadie me hablaba ni me tuvieron en cuenta. El cariño es el mejor manjar y aquí en este asilo sí lo tengo”.

Alguien dijo que “si los viejos tuvieran cariño, no habrían ancianos”. Las instituciones protectoras existentes, en su gran mayoría viven de precarios recursos oficiales y de algunos particulares que hace mucho tiempo hicieron donaciones pequeñas. Casi nadie visita a los asilos. “La gente de la sociedad no la conocemos”; y es verdad, pues la sensibilidad social desapareció al compás de la ciudad. No hay caridad cristiana, pero sería grato que los jóvenes visitaran a estos pobres viejos y entablaran amistades valiosas ya que cada cual es un libro abierto y ansioso de enseñar experiencias que nos prevendrán a cometer ciertos errores irreversibles en la vida.

 Convivencia

La organización interna de estas entidades está fundamentalmente basada en los valores familiares. Los viejos y las viejas comparten las horas, y se trata de ubicarlos dentro de grupos de ideas afines y comportamientos. Entre más avanzados en edad sean y más pobres se encuentren tienen más derecho a ingresar a estas casas. Deben salir de paseo, acompañados, bajo la condición de no pedir limosnas. Se les debe festejar sus cumpleaños, cuando se saben la fecha; aplicarles terapias de grupo, ubicarlos en dormitorios colectivos y facilitación de apartamentitos cuando sean una pareja de casados o cuando se enamoren dentro del asilo.

Todo lo que hagan requiere ser mirado y apreciado con naturalidad. Son como niños: sencillos, espontáneos y susceptibles, que tratan constantemente de regresar a sus tiempos de vigorosa juventud. Se acuerdan de sus amoríos, es obligación escucharles todo lo que digan y facilitarles el desahogo.

 Recuerdo del pasado y sus enseñanzas

Dialogando con un anciano, sufriente de una catarata que le mantiene al borde de la ceguera y en espera que un alma caritativa le ayude para su intervención quirúrgica, confiesa en su relato lo siguiente:

“Nunca he tenido felicidad, siempre he sido un amargado. Mi madre murió cuando yo tenía apenas nueve años y me dejó en manos de una tía solterona que me mandó a trabajar temprano. Me dediqué a navegar y en eso perdí mi juventud, gastándome todo en beber y comer, en vicio, pues no tuve carácter para no dejarme seguir por mis amigos marineros. No logré comprar ni un metro de tierra, y me retiré de ese oficio al comenzar la violencia en Colombia. Tuve dos hijas con una sirvienta, pero es como si no las tuviera, pues las perdí ya que no me ocupé de ellas. Me puse a vender lotería y luego fui vendedor de pan. Hoy me encuentro aquí arrepentido de la vida que llevé y lo bueno que he hecho se lo dejo a DIOS. La mujer que hoy está desviada de sus caminos, es una tristeza hablar con ellas. Si pudiera volver a mi juventud, formaría un hogar con mujer buena y cristiana, no malgastaría mis ingresos, ahorraría y me cuidaría de hacer actos indebidos y trataría de ser un hombre ejemplar”. 

 Visítelos… ayúdelos

Es una gran oportunidad humana, el hecho de poder entrar en contacto directo con este grupo de hombres y mujeres golpeados, algunos por el desamor y la fatua vanidad de sus familiares y otros por la pobreza extrema, la soledad o carencia de parientes. Es una oportunidad de practicar caridad cristiana, de conocer mundos diferentes, de alegrar vidas y de sentir satisfacción de volverlos a hacer sentirse útiles.

La navidad entre ellos es diferente, es una vanidad de viejos solos. Tu ayuda encenderá en sus corazones una sonrisa al momento de despedirse de este mundo. Su despedida será como la de un verdadero abuelo.

Cómo añoramos la nuestra… Llena de amor y de bellos recuerdos. Todos sabemos la fecha en que nacemos, pero jamás el día que dejamos de existir. Nuestros padres nos reciben en la mayor parte de los casos, con alegría, nos brindan todos sus cuidados, nos anima, nos visten, nos alimentan, en nuestra primera edad, la de la niñez. Luego, en la difícil etapa de la adolescencia que nos permite el encuentro con nosotros mismos para elaborar una identidad, una personalidad, nos sirve de espacio feliz para labramos nuestro porvenir, en cuanto tenemos la fortuna de contar con padres comprensivos, nobles y responsables; para otros, no lo es tanto. La efímera juventud permite que transcurran otros años de nuestra vida, en la que se queman etapas irrecuperables. En la madurez vemos crecer los hijos que serán “sustento” del resto de nuestros días.

Con el correr del tiempo se resisten penalidades, sufrimientos, tormentos y llegamos a una de las fases más hermosas del ser humano: la de la tercera edad.

Es cierto que el índice de longevidad en Colombia es cada vez menor, sobre todo en nuestras ciudades, por diferentes circunstancias: La polución, las preocupaciones, la vida agitada y licenciosa, el mercantilismo, la herencia genética y un sinnúmero de circunstancias que deteriora y va minando nuestro ánimo.

En Colombia existen casos aislados de longevidad, pero los hay. Se presenta sobre todo en nuestros campesinos, por su vida sana sin mayores preocupaciones ni amarguras, por su filosofía ancestral y la simplicidad de la subcultura de las regiones, pues se resignan a la pobreza coyuntural de su propio medio, y no tienen los atafagos cotidianos que caracterizan al hombre de la ciudad.

Es un bello espectáculo ver a un anciano de más de 100 años disfrutando de todas sus facultades personales: buena capacidad motriz, excelente visión, envidiable apetito, perfectas condiciones mentales, etc.

 “Envejecer feliz es hacer que avancen la inocencia sobre un montón de experiencias”

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