Opinión

La Llanerita

“El Cuento de Pepe “

Por: Pedro Norberto Castro Araujo 

Tertuliando en la Plaza Mayor de Valledupar debajo de la sombra del palo de mango, Alfonso López, Gobernador en aquel entonces del naciente departamento del Cesar, propuso a Rafael Escalona Martínez, Consuelo Araújo Noguera y a Miriam Pupo de Lacouture,  hacer anualmente una gran fiesta de acordeones y elegir al mejor acordeonero. 

EL presidente Carlos Lleras Restrepo había citado  de manera urgente a los gobernadores del país a una junta en el Palacio de San Carlos. Aprovechando la ida a la capital del gobernador López Michelsen, el maestro Rafael Escalona  y la Cacica, decidieron pegarse a la comitiva gubernamental. El evento fue cubierto por la prensa Nacional. En el lugar, el doctor López les presentó a la familia Santos, propietarios del diario más influyente e importante de Colombia.

Desde entonces, Hernando Santos y Escalona sellaron una inseparable y sincera amistad, tanto que cuando este decide contraer nupcias, el maestro fue el padrino de la boda.

El maestro Escalona decide radicarse en Bogotá y por sus buenas relaciones con los entes de gobierno se convierte en el embajador de la  música Vallenata en la capital del país. 

En alguna ocasión  pasó por el periódico  El Tiempo para invitar a Enrique Santos Calderòn al Festival Vallenato. Allí conoció a una preciosa dama quien lo abordó y le manifestó conocer a Calixto Ochoa  y a los Hermanos Zuleta y  le contó que a raíz de dicha amistad quedó fascinada con el Vallenato.

Esa mujer era tan linda, que el maestro mientras esperaba la orden de ingreso se sumió en una larga conversación, era muy bonita, fileña y morena clara, de buen alto y bonito cuerpo, de cejas encontradas, de ojos adormecidos y como era morena clara estaba acabando con el corazón del maestro. Ella gustosa con los halagos de Rafael, le pide que la invite al festival. El  complacido y flechado por cupido no dudó en hacerlo.

Escalona, era un hombre lleno de virtudes, apegado a la amistad, a la sinceridad, a sus composiciones, al folclor; era a la vez un hombre, leal,  cortés, galán y detallista. Le encantaba complacer a una mujer y por ello la colmaba de detalles; eran tantos que la dama cortejada nunca se resistía a estar con él. 

Era un príncipe engalanado que enfocaba su cortesía para halagar y deleitar al sexo opuesto.

Con tanta galantería, la mujer nacida en los llanos orientales fácilmente enloqueció de afecto y amor hacia Escalona.

El maestro cumplió su promesa y le compró los pasajes a la linda y esbelta mujer, quien el día indicado oronda y arreglada se presentó con maletas en mano en Valledupar. Escalona la recibió y hospedó en casa de su hermano Pachín.

Terminado oficialmente el Festival Vallenato, el maestro le insistió a su invitada, que antes de partir debía conocer al pueblo que lo vio nacer; ella gustosa le aceptó la invitación a Patillal. Allí en las orillas de la Malena, frente a un frondoso árbol de Caracolí, colgó un chinchorro que le regaló, lleno de turpiales. Bajo la complicidad de un Campano, amorosamente,  Rafael se mecía con la llanerita y en él le recitaba al oído canciones y poesía y ella le contaba historias bonitas de Arauca y de los Llanos Orientales, le hablaba de espantos y de brujas feas y de los misterios de aquella región; le enseñó la historia de la famosa Carmentea a la que Miguel Ángel le compuso una canción.

Cantaban joropo y él le enseñaba la forma vallenata de hacer una canción,  le hablaba de potros y de potrancas que se van del llano para otra región. Ella en su chinchorro tarareaba canciones vallenatas; le decía a Rafael que él era su potro y ella su potranca.

Historia que quedó sumergida en las profundidades y secretos del río Badillo, que fue el testigo del querer de aquella pareja de enamorados quienes desbordaron sus aguas a causa de la tormenta de pasión, de besos y caricias de un romance arrollador que fue observado a lo lejos por una pareja de Koguis, que sentados en el peñasco de una colina fueron cómplices de aquel  desenlace de amor.

Entrepiernados en las puras y heladas aguas del Badillo, ella emocionada por las caricias de Rafael, le sacaba las cejas, le cogía las manos y le enseñaba caricias que él no conocía; simulando ser una potranca cuando pare en el Llano y después que  pare lame a su cría.

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