El eco de la patria boba

By: Yarime Lobo Baute
Por estos días, de esos que duran un instante pero pesan como siglos, mi madre me lanzó una pregunta que me abrió el corazón: ¿qué pienso de este país, de sus tropiezos, de esa dualidad que nos atrapa en el estigma de la patria boba? Esa que se cambia de vestido, pero lleva la misma alma. Conflictos que nos parten, egos que nos ciegan, ambiciones que traemos y heredamos un cruce multirracial, que como huella corre por nuestras venas. Somos corazones que laten con fuerza, pero a veces laten más por el “yo” que por el “nosotros”. Ni la Constitución de 1886, ni la de 1991, con sus promesas de orden y justicia, han logrado apagar esa chispa que nos divide y fragmenta.

Convencida del poder que yace per se en la palabra, no pude responderle en ese momento con palabras. Le respondí con un llanto. Un llanto que cargaba el dolor de una niña palestina de 4 años, herida por un dron, que vi en un video en X. Su cuerpecito frágil en un campo donde el hambre y la muerte son compañeras. Lloré por ella, por las madres que abrazan a sus hijos bajo el peso de la guerra, por un mundo que calla con implícita complicidad. ¿De qué sirve hablar de política, mamá, si el dolor del mundo nos pide que escuchemos antes?

Colombia, esta tierra que nos mece, sigue girando en un círculo que nos marea. Nos partimos en cíclico y recurrente “nosotros” y “ustedes”, como si el trapo rojo y azul de antaño se hubiera vestido de izquierda y derecha. Cambian las banderas, pero el juego es el mismo: señalar, separar, excluir, anular, olvidar que todos somos hijos de la misma raíz. El problema no es nuevo, no es de hoy, sino de un pasado que nos marcó con su garra de conquista, codicia y atropello. Queremos sanar las heridas que dejaron, pero a veces lo intentamos con las tripas, no con el corazón armonizado con la cabeza.

No quiero engrosar el coro de los que eligen bandos, mamá. La política que me preguntas es un eco de lo que fuimos: una patria que se duele por no mirarse al espejo. Pero yo sueño con otro camino. La respuesta no está en gritar más fuerte, sino en callar para escuchar. Escuchar a los niños que sufren, a las madres que resisten, a la tierra que nos pide cuidado. Escuchar para tejer puentes, para sanar heridas, para construir juntos.

Ninguna constitución salvará a un pueblo que no se tiende la mano. Mientras el “yo” pese más que el “nosotros”, seguiremos siendo la patria boba. Pero, mamá, mis lágrimas no son solo de pena. Lloro porque creo que podemos despertar. Podemos tejer una Colombia donde el corazón ilumine, donde la mente guíe, donde el amor por el otro sea el lazo que nos una. Hacer las paces con nosotros mismos, sembrar con nuestras manos un país que no sea eco, sino una voz clara que cante, que abrace, que viva. Es ese el camino, ese que nos lleva a una verdad que es la vida misma.