Opinión

Preñá de su hijo 

“El Cuento de Pepe”

Por: Pedro Norberto Castro Araujo

Transitaban los años 60 Álvaro y Agustina se frecuentaban. Ella, mujer de 26, rubia de cabellos ensortijados, esbelta y elegante, él de 16, diez años menor que ella pero con apariencia mayor. Entre ellos  existía una bonita y entrañable amistad, eran confidentes,  la relación era de muchos años, sus familias eran vecinas de toda la vida y entre ellas se habían cimentado vínculos muy estrechos.

Desde el primer día de nacido del niño, Agustina se encariñò con el bebé de tal manera que ayudaba a la madre en los quehaceres del hogar convirtiéndose prácticamente en la nana de Álvaro, le ayudaba con el biberón, a calentar el agua para el baño, a sacarle los gases, a darle la alimentación, cambiarle el pañal, sacarlo al parque. El niño fue creciendo y Agustina permanecía siempre allí, redoblando su cariño hacia él. 

Cuando Álvaro cumplió 5 años, Agustina era una señorita adportas de graduarse como bachiller; era tan bella que le sobraban pretendientes que le galanteaban  y visitaban con serias intenciones de tener una relación seria de noviazgo, de su parte no le llamaba la atención ninguno de ellos.

El niño crecía saludable, su desarrollo estaba por encima del normal, al cumplir sus 10 años ella ya no residía en Valledupar por cuanto se había ido a vivir a la capital a iniciar y culminar su carrera universitaria, sin embargo siempre estaba atenta a todos los sucesos  familiares que involucraban a Álvaro complaciéndolo y colmándolo de detalles, más aún, cuando retornaba de vacaciones nunca se separaba de él. 

Al morir la madre de este, Agustina ya con 25 años de edad, laboraba en un prestigioso banco de la ciudad, era una ejecutiva con mucha experiencia en el sector comercial y financiero. Ella como era de esperarse se aferró más al cariño del desvalido menor adoptándolo prácticamente en el seno de su hogar.

Era tan fuerte la relación filial entre  Agustina y Álvaro que su padre, dada su ocupación laboral en una finca lejana de su propiedad, le confiaba a ojos cerrados su cuidado, tanto que ella todas las tardes al salir del banco se dedicaba ciento por ciento a atender al adolescente en la orientación de sus tareas, planchado de camisas, lonchería, uniformes y en el colegio se había convertido en su acudiente. 

En ese tiempo, él con 15 años de edad, alto y de contextura atlética como su abuelo, de ojos rasgados, cejas abundantes y encontradas, buen mozo y bien parecido como su madre.

En alguna ocasión llegó a casa de Agustina una de sus tías a realizarse unos chequeos médicos, venía de La Paz, municipio cercano a la capital del Cesar. Ella de chispa adelantada, inteligente, conversadora y chusca, con la confianza que tenía en casa de su hermana, sin pedir permiso entró de urgencia al sanitario y al pasar por la alcoba de Agustina, de reojo se percató que Álvaro repasaba las tareas al lado de Agustina llamándole la atención de que este tenia el miembro viril erecto. 

Al salir del baño se dirigió a la cocina donde se encontraba su hermana esperándola con un café caliente endulzado con miel de abeja traída de Urumita, ambas sentadas en los taburetes de la cocina, una le dijo a la otra que le había llamado la atención que Álvaro tenía el miembro viril parado mientras estudiaba al lado de Agustina; aquella le respondió: tú siempre tan escandalosa no ves que Agustina  es como su madre.

La conversación quedó allí y esta retornó a La Paz; justamente al regresar a los  tres meses se encontró con la noticia de que Agustina  se encontraba en cinta. Había tenido relaciones íntimas de amor con Álvaro. A dicha información la hermana le replicó a la otra: O sea que Agustina esta preñá de su hijo.

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