Opinión

El cuento del domingo: “La Foto”

Por: Yuri Posada – Escritor y docente

Entré al bar y vi que en la mayoría de las mesas bebían cerveza negra. Debe estar barata, pensé; de manera que cuando me trajeron la carta de bebidas no fue necesario echarle un vistazo porque ya sabia lo que iba a beber: cerveza negra.
Lorna me tomó una foto, de alguna manera me anticipe a su intención y puse una cara de sorpresa mal fingida, hubiera sido mejor no reaccionar, pero el daño ya estaba hecho; además nunca salgo bien en las fotos, no se porque, debe ser una maldición. -¿Cómo estás? ¿Feliz? , ¿No estas feliz por mi? Mira que uno no se gradúa todos los días, me dijo. Lorna se graduaba de ingeniero y trabajaba; tenía esa actitud de saberlo todo. – ¡Cerveza negra¡, continuó, la especialidad del lugar son los cocteles, la gente debería ordenar siempre, como primera opción, lo mejor de la casa en este caso son los cocteles; “anda, tomémonos una foto juntos”, me dijo. Ya en la ceremonia, después en la cena y, también camino al bar nos habíamos tomamos cien fotos. -¡Una más dale!, aprovechemos la luz, insistió; ¿No te parece romántico?, la luz tenue, una mesa para los dos, los dos. Intenté mi mejor cara, pero era inútil, nunca salgo bien en las fotos debe ser una maldición.

Llegó mi cerveza negra atrapada en una gran pipeta de laboratorio químico. A mi derecha en una mesa de cinco personas, cuatro observaban, no sé si entendían, a un asiático que hablaba inglés. Por la manera como lo miraban debía estar diciendo algo importante porque los nativos solo asentían con la cabeza y se miraban unos con otros sonrojados y felices ante la seguridad obscena del tipo.
En realidad, Lorna me aburría. La cerveza era buena, como Lorna. Al principio la quise y el sexo era bueno, pero después de unas vacaciones en la playa la relación llego a su techo y, de ahí en adelante todo empezó a decaer, todo. Los preparativos para el grado mantuvieron la relación a flote durante esos días. No me atreví a terminar la relación en un momento tan importante para ella, pero con el grado consumado no sé si de manera consiente empecé a llenarme de requisitos.

“Prueba mi margarita”, dijo ella acercando su vaso a mi boca; “está buenísima no sé como pudiste ordenar cerveza con estos cocteles”.
Con el tercer sorbo, empecé a imaginarme los posibles escenarios de la ruptura. Al tiempo descubrí que las mesas alrededor estaban llenas de cocteles de mil colores y sabores contradiciendo mi impresión inicial. Por un momento dudé. Lo mejor será que te portes como un príncipe, la lleves a la casa, le hagas el amor, le dices que la amas y te vas; después te pierdes una semana, no le contestas el teléfono y dejas que la relación se enfrié hasta que se congele para siempre.
Seguí bebiendo y recordé que le debía toda una fortuna. Lorna me había estado prestando plata todo el año, desde mi última publicación no ganaba un peso; prácticamente me estaba manteniendo, pero ella sabia, y yo era su cómplice, que ésta era una forma de mantener el status quo indefinidamente, ahora que lo pienso no sé cómo pude llegar a esta situación.
Lorna era una mujer prudente, en la superficie, pero la conocía demasiado bien como para darme cuenta que en un escenario de confrontación podía llegar a cometer cualquier locura, como tirarme el carro, o traicionarme en las redes. Sudando la cerveza, concluí que no tenía forma de cobrarme legalmente, porque los préstamos no estaban sustentados con papeles formales, así que me relajé.
Así estaba la situación cuando Lorna hizo la propuesta; la vi venir, la sospeché desde antiguo, pero estuve lento de reflejos:
-“Ven a vivir conmigo, a mi apartamento”, me dijo.
Ese sorbo largo y caliente dejo la pipeta de laboratorio más seca que mi garganta. Intente encender un cigarrillo. Me lo sacó de la boca y dijo, yo lo prendo.

Vivir juntos, era la antesala ineludible al matrimonio, la propuesta era una especie de mensaje subliminal, de los que llegan al subconsciente antes que, a la razón, de tal forma que necesitamos unos segundos para entenderlos. De un zarpazo agarró mi teléfono y registro el momento. –“Debiste ver tu cara”, me dijo. Luego me arrojó el teléfono y me retó a mirar. -Mira, ahí tienes, mírate la cara de marica que tienes, imbécil.
Con la parsimonia de alguien que estrena título agarro una servilleta y escribió algo que no pude observar, luego se levantó, se colocó la chaqueta y agarró el bolso.
La vi salir del bar con el paso firme y constante de militar. Observe la foto, no era buena, es decir, si era buena porque me vi tan pálido como me sentía, con un verde pastoso debajo de los ojos ariscos y una mueca de perro viejo en la boca; es un hecho, nunca salgo bien librado en las fotos, no se porqué, debe ser una maldición.
Agarré la servilleta y leí…
Después pedí otra cerveza.

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