Opinión

La Niña y sus vacas

Por: Enrique Antonio De Luque Palencia

Cuando Lina Margarita realizó su primera inmersión en la tina de leche, nadie en el pueblo se imaginó la capacidad que desarrollaría después de someterse a los tortuosos baños de leche combinada con papeletas de benjuí, un polvo mágico que decoloraba la ropa sin afectar su textura. Para eliminar el olor a leche cuajada, la niña era restregada con un estropajo húmedo en agua de limón.

Lina nació al amanecer en un pueblo ribereño, donde su mamá, después de descender de las verdes montañas antioqueñas, se estableció en un lugar pequeño y perdido entre el recorrido del gran río. Como ella solía decir: “Quien llega aquí no se marcha porque se haya adaptado, sino porque no sabe cómo regresar”. Siempre se quejaba y decía: “¡Ay, ave maría!”, un pueblo donde los gallos despertaban a todos, el aroma del café recién hecho en leña flotaba en el aire, y las vacas mugían, al mediodía, incluso las totumas sudaban por el calor y la humedad asfixiante. Y no solo eso, a esa hora, el pueblo olía a ajo pisado mezclado con carne asoleada durante días, rodeada de un enjambre de moscas gigantes que zumbaban e interrumpían la siesta de los jornaleros. Para colmo, por la noche, como describían los nativos, cuando el sol dormía profundamente y la luna aparecía en el horizonte, un maremoto de mosquitos hacía que la población se refugiara en sus casas.

Su madre, blanca como la arena del mar, y su padre, de piel color café con leche, como los lodazales de su tierra, daban lugar a la creencia de que el tono de piel de los habitantes estaba vinculado a su entorno. Uno de los fundadores del pueblo incluso declaró: “En estas tierras donde todo llega tarde, el color de nuestra piel se asemeja a la playa, el lodo y el río; lo que somos es un matiz de café con leche”. 

Existía un fuerte racismo y un regionalismo marcado: eras blanco importado o café con leche nativo, pero nunca negro o mulato. Por lo tanto, cada vez que nacía un nuevo miembro en la comarca, las parteras pronosticaban su color de piel según sus órganos genitales.

Cuando Lina nació, exhibió un color indescriptible, algo entre el café con leche y el marrón oscuro, lo cual alarmó a sus padres. Los habitantes del pueblo, en sus conversaciones cotidianas, hablaban de todo. La madre, una mujer creativa e innovadora, propuso cambiar el color de piel de la niña. Fue entonces cuando comenzaron los baños. Acudieron al abuelo, propietario de un hato de más de 200 vacas parías en su finca llamada “El Amparo”. Esta finca producía diariamente mil litros de leche, almacenados en tinas de aluminio con una capacidad para 45 litros, destinados a la fabricación de queso salado, suero para el consumo de la finca y la venta, lo que mantenía la finca.

A las 5:00  de la mañana llegaba la tina con 20 litros de leche a la casa de los padres de Lina Margarita. A esa hora, la madre preparaba el baño. Este ritual duraba cinco horas y consistía en la preparación de la mezcla que cambiaría el color de la niña. 

Los primeros baños fueron ruidosos, ya que la niña gritaba en desacuerdo, pero no lograba ahuyentar ni a las moscas pegadas en los alambres donde colgaban las pencas de carne salada.

Con el tiempo, la niña comenzó a disfrutar de los baños, y su piel comenzó a cambiar. Su madre estaba feliz, pero en el pueblo la observaban con recelo, atribuyéndole poderes sobrenaturales. Lina, por su parte, estableció una conexión especial con las vacas y comenzó a hablar con ellas. Incluso llegó a predecir cuándo una vaca daría a luz o si un ternero estaba enfermo y moriría. Lo más sorprendente es que podía identificar la vaca cuya leche se usaba en su tratamiento cada mañana, lo cual desconcertó a la comunidad.

Una tarde, cuando el sol se despedía y se entregaba a la noche, como solía decir el esposo, él y su esposa se sentaron con seriedad en el taburete de siempre. Después de hablar de los eventos normales del día, la esposa abordó el tema que la preocupaba. Mijo, Lina está en problemas; ahora habla con los animales y afirma saber cuáles son las vacas que le donan la leche y cuáles le gustan más. Dice que esas vacas la van a curar. Fíjate que ayer, durante el baño, todo iba bien hasta que se sumergió y dijo: “Esta es la leche de las vacas que más me gustan”.

‘Amá’ dile a Campo que cuando llegue a “El Amparo” le agradezca a Luna, Cacho Flojo y La Roncona; dice que son las mejores, más nutritivas y pigmentadas, muy frescas y medicinales. Me asusté, mijo, no supe qué decirle a la niña. Ella seguía hablando y se sumergía en la leche con alegría. La saqué apresuradamente, pensando en suspender los baños a pesar de que su piel ya estaba clara.

El papá, sin dejar de balancear el musengue para ahuyentar a los mosquitos, le respondió: Mona, deja de preocuparte. ¿Cómo puede Lina hablar con las vacas y saber de quién es la leche que usamos en su baño? Mañana te acompañaré, pero primero cambiaremos la tina de leche con el vecino, y verás que ni se dará cuenta.

Todo estaba planeado y comenzaron el baño al día siguiente. Lina se sumergió en la leche y, al salir, gritó:

¿Quién lo hizo? Dime, ‘Amá’, ¿Quién tuvo la audacia? ¿Quién cambió mi leche?

El baño se suspendió inmediatamente, pero los gritos llegaron a oídos de todo el pueblo. Los padres, asustados, ordenaron que los baños se detuvieran, incapaces de creer lo que estaba sucediendo. Lina, con su piel ahora clara, conservó una habilidad especial: seguía hablando con las vacas, y el pueblo entero se volvió loco.

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