Crónicas

La mano de Dios también toca el café de la familia Lúquez Gutiérrez

• “La Dama del Café”, es un fruto de la restitución. Este producto hace posible una vida digna para las víctimas del conflicto armado que retornan a sus hogares a recuperar su vida y el lugar que tuvieron que abandonar.

En 2015, La señora Alcira y su grupo familiar acudieron a la Unidad de Restitución de Tierras en busca de la justicia transicional. Ellos, solicitaron el registro como reclamantes de restitución, acción que luego de agotada la etapa de análisis y estudio administrativo prosperó para continuar el proceso que estos campesinos anhelaban como víctimas del conflicto armado que azotó el Cesar.
Tres años después, en 2018, la esperanza renació para la familia con el fallo a favor en el que la magistrada María Claudia Isaza Rivera, del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Cartagena, ordenó restituir el predio denominado Vietnam del Norte, devolviendo las 43 hectáreas que abandonaron forzosamente por más de diez años.

Alcira Gutiérrez aún recuerda las terribles horas del sábado 19 de abril de 1997, día en el que su familia y otros campesinos padecieron la presencia de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, que se apoderaron violentamente de la comunidad Tierra Nueva, vereda del corregimiento Azúcar Buena, ubicado en zona rural de Valledupar,
Esa mañana, esta campesina, criada en un hogar de caficultores, esperaba, junto a otros vecinos, un camión para llevar productos a Valledupar. El esfuerzo de meses de cosecha era organizado y dispuesto en sacos para facilitar su envío a la capital del Cesar.
Como estaba previsto, el vehículo de carga llegó a la hora acordada. Sin embargo, al tiempo del arribo del automotor, la muerte también se aproximó a la denominada estación de Tierra Nueva.
A Vietnam del Norte, lugar de encuentro y de acopio para la producción campesina del asentamiento rural de Azúcar Buena, llegaron más de treinta hombres armados, portando uniformes y distintivos de las AUC. La incursión paramilitar comandada por David Hernández Rojas, alias “39”, intimidó a los campesinos reunidos en el lugar, acusándolos de ser colaboradores de la guerrilla. Fueron horas de horror y ensañamiento contra los habitantes del pueblo.

En la trágica mañana de ese sábado de abril, las AUC dejaron a su paso tres muertes. Los nombres de Libardo Montero, presidente de la Junta de Acción Comunal de Tierra Nueva y de los campesinos Antonio Buelvas y Ulpiano Martínez, quedaron en el registro de víctimas mortales del conflicto armado. Este desenlace fatal desencadenó el desplazamiento masivo de la comunidad campesina, que, más que amenazas, evidenció un riesgo real para la vida, la paz y tranquilidad de un territorio bendecido por la naturaleza.

El espacio de acopio alimenticio para la vida se convirtió en base de operaciones mortales del paramilitarismo. Lo que originalmente se llamó Vietnam del Norte, en poder de alias “39” fue renombrado “La Casona”, un tenebroso lugar de tortura y refugio para las AUC asentadas en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta en la jurisdicción del departamento del Cesar.
Antes de “La Casona”, el predio -para Alcira y sus familiares- era utilizado para el cultivo de café. Café con el que los abuelos criaron a los hijos y que la señora Alcira aprendió a cosechar. Este producto del campo formó parte de la vida de toda una generación que artesanalmente lo cosechó con medios algo rudimentarios.

Después de la admisión de la demanda de restitución, el proceso se extendió por tres años, tiempo que la familia esperó pacientemente para el retorno a lo que fue su verdadero hogar. Los años de huida a otros lugares como Bucaramanga, Valledupar e incluso Venezuela, por fin terminaron con la entrega material de Vietnam del Norte, y con ello, la posibilidad de retomar la “ruta del café” para volver a ser la familia de campo que, como la espiga germinada de café, renació en su entrañable finca.
Con la sentencia, a favor de los legítimos propietarios, la juez ordenó medidas complementarias, como la aprobación de un proyecto productivo por parte de la URT el cual originalmente se basó en la apicultura, modelo de negocio desarrollado para miel y propóleo. Sin embargo, el proyecto de desarrollo apícola se fue estancando, y en su lugar la familia Lúquez Gutiérrez con Alcira a la cabeza retomó su amor por la caficultura.
Restituir la tierra en 12 años de vigencia de la Ley 1448, significa armonizar la vida. Es en esencia respetar la naturaleza, dignificando a quienes con sus manos la cuidan, conservan y protegen. Las manos campesinas de Alcira, su esposo y de sus hijos, con su labor, además de proveer el sustento, les permite crear una forma de vivir que, para ellos, significa todo. Y este todo, es su cultivo de café.
Desde niña Alcira aprendió de sus padres lo necesario para la correcta germinación del grano embrión, el cual es embolsado (empacado) en semilleros, y deben pasar seis meses antes de ser trasplantado al bendito suelo del campo colombiano.
Luego de ese tiempo, las nuevas plantas de café están listas para el viaje de retorno a su lugar original. Lo que un día estuvo en el polvo, regresa convertido en vida vegetal y se transforma en un pequeño árbol que, con cuidado, riego, abono y fertilizantes, crecerá durante un año más, para finalmente dar frutos en granos maduros listos para ser procesados.
En aproximadamente dos años se produce la magia de la naturaleza, combinada con las manos de mujeres y hombres del campo, quienes en conexión armónica, hacen posible que resulte un café con sabor y textura muy agradable al paladar para que sea degustado por cualquier catador, incluso el más exigente.

Alcira Gutiérrez, su esposo Julio Lúquez y los cinco hijos mantienen una tradición que, por años, fue truncada a punta de miedo y muerte. El café que la familia dejó de producir, hoy se cosecha con mayor dedicación, por cuanto se aprendió con dolor, lo que significa perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos. Ella y su familia participan en todas las etapas de producción, desde que el grano es semilla, hasta tostarlo y molerlo para que nazca un producto orgánico que fácilmente puede contar con sello de exportación como fruto de la restitución.
En su aventura comercial, a este excelso fruto se le llamó “La Dama del Café”, denominación con la que se intenta entrar al difícil, competitivo, voraz e incluso salvaje mercado de producción, distribución y consumo del café colombiano, ese que en los hogares se cuela, se sirve oloroso, caliente y alrededor del cual se conversa y se armoniza la vida.

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