Opinión

Un canto de amor y esperanza en la tormenta colombiana


Por: Yarime Lobo Baute

Hoy, martes 1 de julio de 2025, mi alma se estremece desde el corazón de mi Macondo, mientras las noticias de Colombia resuenan como un tambor roto. En el norte, el conflicto en Catatumbo ha desplazado a miles, con enfrentamientos entre grupos armados que persisten a pesar de esfuerzos por la paz. Se reportan casos de reclutamiento de menores por organizaciones ilegales, un fenómeno que alarma a las comunidades vulnerables. En Bogotá, el atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, candidato presidencial, el 7 de junio, lo dejó en estado crítico tras un disparo de un menor, avivando ecos de violencia pasada. Rumores de un posible golpe de estado circulan sin confirmación oficial, mientras tensiones políticas crecen. El 30 de junio, el país despidió a doña Nydia Quintero de Balcázar, fallecida a los 93 años, cuya labor solidaria dejó una huella imborrable. Ante esta división, tanta sombra que fragmenta, escribir desde el reconocimiento, el amor, la fe y la esperanza se siente como un acto urgente, necesario y hasta revolucionario.

Hoy arranca julio, y mi espíritu se alborota con una visión que me llena el alma: julio viene lleno de abundancia, de ideas, de confianza, de protección, de sincronías, de paz interior, de guía divina, de conocimiento, de propósito, de verdad. Estas palabras, que danzaron ante mis ojos como un mural vivo, me recuerdan que en mi Valle, donde los aires vallenatos unen lo que el miedo separa, las palabras equivalen a pinceladas que evocan lo divino. Fue en los albores de los 80, siendo yo una niña en el barrio Villalba, cuando el lema “Solidaridad por Colombia” de doña Nydia encendió mi corazón. Inspirada por su ejemplo, reuní a vecinos y padres para pintar una enorme paloma de la paz en los pisos de la vía de ingreso a nuestro barrio. Con pinceles, risas y colores, transformamos el asfalto en un lienzo de esperanza, un símbolo colectivo que aún resuena en mi alma como un canto de unión. La crisis nos confronta: ¿qué es la vida sino un carnaval de risas y llantos? Pienso en los Chapulines de mi historia No contaban con mi astucia, atrapados en una cueva de envidia y egoísmo, reflejo de un país donde la desconfianza pesa como la sequía que seca los valles. Pero también veo a la Chapulina valiente, que con fe y amor desafió el desierto, regresando con esperanza. Doña Nydia, con su legado de solidaridad, fue esa luz; su partida nos llama a transformar el duelo en acción. Esa esperanza vive en las madres que tejen redes, en los jóvenes que resisten, en las voces que claman por paz frente a las sombras de la violencia.

Frente a estos desafíos —desde la injusticia hasta las tensiones políticas—, invito a buscar el bien mayor, evitando caer en extremos que nos alejen. ¿Cuántos pintores de la palabra somos? ¿Cuántos escultores que, con la misma, podemos crear paraísos terrenales donde abunde el bien común? No hay victoria en el odio ni en la polarización; la verdadera astucia está en unirnos, en pintar con colores de unidad, en soplar vientos de avivamiento sobre estos huesos secos. Que el amor venza al miedo, que la fe ilumine las tinieblas de la incertidumbre. Desde mi Macondo, tejo este canto universal, un río de palabras que fluye con la fuerza de julio: abundancia, verdad, propósito. Que cada corazón sea un lienzo donde la guía divina dibuje un amanecer nuevo.

Y así, como el vallenato que no se rinde, como los girasoles que desafían la tormenta, alzamos nuestras voces en un coro épico: ¡Oh, Colombia, tierra de almas valientes, que tus ríos canten libertad, que tus valles se llenen de luz divina! Que el eco de nuestro amor resuene más allá de las sombras, un himno eterno que florezca en cada rincón, porque en este julio de esperanza, el arte y el alma se alzan invencibles, tejiendo paraísos donde reine la paz. ¡Colorín colorado, este canto jamás se ha terminado!

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