Arte y cultura

“El reino del planeta de los simios”

Por: Gonzalo Restrepo Sánchez

Si bien, el filme arranca con tres simios de alguna manera jugando entre ellos y buscando comida, el color verde resalta entre los árboles y la vegetación. Y después de un encuadre en primer plano donde apreciamos lo que parece ser el logro final, la cámara en travelling aéreos muestra quienes eran y cuál era el más listo entre ellos. Además, todo nos sirve para presentarnos al héroe principal del relato.

No obstante, lo primero que se me ocurrió averiguar después de haber visto “El reino del planeta de los simios”, fue buscar el guionista de esta cinta, ya que fue el asunto que me impulso a valorar como muy bueno este reboot (un nuevo comienzo para una saga), algo que no suele darse casi siempre.

Con un guion excelente pues de Josh Friedman, Rick Jaffa, Amanda Silver, Patrick Aison, debemos recordar —y en su mismo orden— los siguientes títulos escritos por ellos: “Star treck”, “Avatar 3”, “La mano que meces la cuna” y “Predator: la presa”.

Habitantes de salas de cine: ¡Está claro! Estamos ante un espectáculo de nuevo servido y qué jamás imaginé, desde que vi el primer filme de la saga con Charlton Heston (el astronauta George Taylor) y del cineasta Franklin Schaffner —hace ya casi casi 56 años— que seguiría siendo un punto de partida y sin final. La película que hoy analizamos basada en los personajes creados por Pierre Boulle (*) en su novela de 1963, y mientras los simios son aún la especie dominante; los humanos han admitido vivir en las sombras, y muchos años después del reinado del entrañable César.

Pero frente a un nuevo y chocante demente, y tiránico líder que cree tenerlas todas a su favor. En definitiva, la película se desarrolla como una búsqueda más profunda, aun de lo que nos dice explícitamente, y es el triunfo que nace de la serenidad e inteligencia (imperdonable cometer spoiler), o esas derrotas que brotan del insondable odio.

Pero antes de continuar, debo de reconocer y con base en el primer filme de la saga (1968), que estamos frente a una historia llena de acción y suspenso. Para quienes seguimos las aventuras de César, resulta ver cómo en pleno siglo XXI, la luz entrelazada alrededor de Noa (el actor  Owen Teague) y Mae (Freya Allan) —simio y chica— y sin la idea cliché de “legión invencible”, nos permite admitir de pronto, una aproximación aunque no tan crepuscular, a ese cine fantástico, pero sobre todo, y en lo que gustaría detenerme: un cineasta (Wes Ball) que apela a los resortes de un cine con reminiscencia y mitología del western —diría que— a lo fordiano.

Si entendemos primero a un Ford (“El hombre que mató a Liverty Balance”) que articula diálogos con una visualización, y agraciados con los tiempos muertos entre unas escenas y otras, entre un protagonista y otros (más cargados de perversidad y para este filme específico de Ball); lo físico subyace además, en relaciones con seres “cabalgando” a través de sus propios destinos, y los fantásticos planos y plasticidad de las escenas de un paisaje monumental.

En definitiva un hibridismo en la película que en lo particular me encanta. No solo en el tempo o en la contemplación, sino en asignarle a la imagen misma una luminosidad mediante señales compuestas en ritmos que varían desde lo íntimo hasta lo abierto, pero que no podemos tocar.

(*) Uno de los autores franceses más traducidos en el mundo y también es uno de los más olvidados. Autor de 40 novelas y libros de cuentos, este ingeniero y militar francés se convirtió en escritor al regresar de la Segunda Guerra Mundial, donde combatió con rango de teniente en la península de Indochina y luego como agente secreto para el ejército británico.

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