Crónicas Destinos

Valledupar ayer y … Tiempo después 

Por: Patricia Berdejo

A Valledupar lo visité por primera y única vez en el año de 1986, en el marco del Festival Vallenato, atado a mis recuerdos, un singular contraste entre provincia y ciudad, unas calles pavimentadas, otras polvorientas e intransitables, casas con portones de aldaba, bonitas urbanizaciones e infinitos árboles que se notaban plantados con una estricta planificación. La Plaza Alfonso López, no era ni la génesis de lo que es hoy. Esa noche se le dió apertura al evento, en medio de un torrencial aguacero, del que no alcanzaron a guarecerse ni el mandatario de turno, Belisario Betancur, ni los organizadores y mucho menos, la prensa ni los espectadores, sería posible, que en cualquier cambuche, hubiesen improvisado una carpa más funcional. Era la época dorada del Hotel Sicarare, del Aguardiente Cristal, del Pollo Vallenato y el lanzamiento de Telecaribe.  

Las notas de los  acordeones, atraían a propios y extraños, a tirios y troyanos, a parroquianos, ateos, a paganos y mundanos. 

La furia de la lluvia desató tal caos, que, los integrantes de las  agrupaciones musicales,  buscaban refugio bajo los alares de los techos de las casas circunvecinas; participantes intentaban salvaguardar sus instrumentos, botellas de ron y de cerveza tapizaban las calles,  borrachines y perniciosos emparamados,  parranderos y bulleros, a diestra y a siniestra, suplicando a Madre Natura, quizá, una macondiana segunda oportunidad. Irme a discotequear se convirtió en una desacertada opción, de la que pretendo no acordarme jamás.

Al día siguiente, ví truncados mis anhelos de untarme de  piqueria y  percibir en vivo el chasquido de una guacharaca, el sonido seco de la caja o de disfrutar de un son. La determinación inmediata, de huir de ese despelote, me privó de la ocasión única e irrepetible de ver a mi intérprete favorito coronarse “Rey Vallenato” por tercera vez. 

Contrastan estas vivencias, con los escenarios, debidamente  diseñados, con los que hoy cuenta esta gran tierra de cantores, no sólo para la realización de eventos folclóricos y culturales, sino también, las canchas bien construidas y los coliseos deportivos conque nos deleitaron en la primera versión de los Juegos Bolivarianos, realizados en el año 2022. Lastimosamente,  los medios no mostraron a plenitud estos lugares, que bien pude apreciar a través de Conexión Cesar, en su excelsa cobertura. 

Valledupar avanza sin discusión pese a su galopante inseguridad, a sus conflictos politiqueros y a sus ‘hijuemil’ demonios y contubernios.

Capítulo aparte, ameritan los  talentos y prodigios que ha parido esta latitud, mi tributo hoy, a José Atuesta Mindiola, el gran guardián de la tradición vallenata; al recién fallecido maestro Kajuma, a quien en vida nunca ví, pero quien dio cuenta  de un pragmatismo filosófico inusual; al escritor e historiador, Javier Ortíz Cassiani, con su perspectiva única para escribir y concebir el universo; para mi compañero Aquilino Cotes, eminente investigador, docente y novelista, quien lanzará proximamente su colosal obra: La Vieja Sara. A Josefina Jimeno,  aguerrida periodista; a Wilfrido Rodríguez, ingeniero y literato, quien nos deleita con su poema: La Casa; el verso libre y exquisito de César González en El Portal de los Árboles; a mi camarada y colega, Lida Mendoza, dama de prensa y gran gestora cultural,  a ella, una vez más, expreso mi gratitud imperecedera por sumergirme en este hermoso “Valle” de intelectuales, poetas y hasta exégetas, quizá.

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