Opinión

De la Maestría a la Sodomía

Por: Patricia Berdejo
Comunicadora Social- Periodista

Es rutinario ya, que el abuso sexual en los planteles educativos por parte de directivos, docentes, o entre miembros de la misma comunidad estudiantil, se convierta en obligada asignatura, que se apruebe o repruebe. Sin distingo de sexo, edad o condición física o mental, se convierten en víctimas del matoneo, el perrateo y el manoseo.

El rol de educar, enseñar y priorizar el respeto y los valores como principios fundamentales en escuelas, colegios y centros de estudios superiores se ha transformado, paradojicamente, en una tergiversación de virtudes, hasta el punto de convertirlos, en sedes de violaciones, empalamientos, vejámenes, campos de batalla, escenarios de polémicas, conflictos, infames castigos, que, no sólo constituyen un peligro para la integridad personal, sino que implican un riesgo tan peligroso, que ya se vuelven claustros tan pedregosos para transitar, que hace inminente, que el que allí acuda, asuma, no sólo una actitud defensiva, sino que se dote de cualquier tipo de arma o herramienta que amedrente, asuste, intimide, hiera o aniquile.

Contemplamos con estupor al asesino de Uvalde que a tiros extermina a una comunidad de inocentes, pero nos cegamos ante los matones en serie que acechan a nuestros escolares, esto logicamente; exceptuando a los muchos educadores y estudiantes que se dedican a enseñar y a aprender, y quienes a su vez, velan inúltimente por el bienestar comunitario, sin incurrir en estos comportamientos disfuncionales y anómalos.

Cuando se viola a un niño o a un joven en su inocencia, se le asesina lentamente, se le frustra, acompleja y mancilla; la herida lacerante causa el mismo efecto de la bala letal o el arma cortopunzante.

Estremecedoras, escalofriantes y sobrecogedoras denuncias del Inem en Santa Marta y en otras instituciones del país dan cuenta, no sólo de una sociedad esquizofrénica y violenta, sino de las precarias medidas que el Gobierno y el Ministerio de Educación adoptan para evitar toda esta sodomía cruel y aberrante; evadiendo responsabilidades, señalando casi siempre a los padres de familia como culpables, sin escrúpulos y desatinados a la hora de escoger y asignar personal, sin manuales de convivencia ni otras estrategias o normas, que de modo alguno, erradiquen estas “casas de lenocinio”, para entregarse a la faena de reconstruir estos lugares y hacer de ellos, sitios de enseñanza, formación y pedagogía, que ilustren la mente y el espíritu de los que allí concurren, y se direccionen hacia el objetivo para el cual han sido creados.

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